Hubo un tiempo en que Venezuela brillaba como una joya en el corazón de América Latina, un tiempo en que sus inmensas reservas de petróleo prometían riqueza, estabilidad y progreso. Caracas era una ciudad vibrante, en sus calles resonaba el fervor de un pueblo orgulloso, su gente creía en un futuro brillante. Pero hoy, ese oro negro que alguna vez fue fuente de prosperidad se ha convertido en una maldición, mientras el país se desliza hacia un abismo de desesperación, bajo la mirada impasible del mundo. Cuando Hugo Chávez asumió el poder en 1999, muchos lo vieron como el campeón de los pobres, el revolucionario dispuesto a romper las cadenas de la opresión económica. Pero su legado, recogido por Nicolás Maduro en 2013, se ha convertido en una jaula de hierro. Lo que queda hoy es una Venezuela atrapada en un lento e inexorable deslizamiento hacia la dictadura, mientras el silencio de la comunidad internacional resuena como un lúgubre réquiem. Maduro gobierna con mano de hierro, alimentando un sistema basado en el miedo. El poder judicial es un mero instrumento en sus manos, las elecciones se reducen a una farsa, la oposición es brutalmente reprimida, cualquiera que se atreva a desafiar al régimen es perseguido, encarcelado y a veces asesinado. Juan Guaidó, el líder que intentó reavivar la esperanza en 2019 con su autoproclamado gobierno interino, ha sido progresivamente oscurecido, reducido a una voz débil en un desierto de represión. Las protestas, que alguna vez llenaron las calles con la ira de un pueblo hambriento de justicia, están siendo sofocadas con gases lacrimógenos y balas, y mientras Maduro consolida su poder, los venezolanos ven a su país transformado en una prisión al aire libre. La disidencia no sólo se castiga, sino que se borra, se erradica antes de que pueda siquiera germinar. Pero no es sólo la libertad lo que ha sido despojado, la Venezuela de hoy es un país donde la vida misma se ha convertido en un lujo. La inflación está fuera de control, los salarios son ridículos y ahora se desperdicia papel, los alimentos escasean en las estanterías, las colas interminables frente a los supermercados cuentan historias de desesperación: madres que esperan durante horas bajo el sol abrasador, esperando poder llevar a casa un paquete de harina, un litro de leche, algo que pueda calmar el hambre de sus hijos. Los hospitales ya no tienen medicamentos, los enfermos mueren por infecciones triviales, los recién nacidos mueren por falta de incubadoras que funcionen. La electricidad va y viene, dejando ciudades enteras a oscuras, mientras que el agua potable es un espejismo cada vez más lejano. Quien puede, escapa. En los últimos años, millones de venezolanos han abandonado su tierra, cruzando fronteras peligrosas, enfrentando el hambre, el frío, la violencia, con la esperanza de una vida mejor, es el éxodo de un pueblo, un exilio forzado que se produce en silencio. ¿Y el mundo? El mundo mira, pero no ve, o quizás ve y elige dar la espalda.
Il Venezuela alle prese con l'inflazione, stringe accordi con la Russia, nel frattempo in Colombia non cessano i contrasti interni